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¿Nos educan para replicar o para innovar? Reflexiones para incomodar, derribar muros y crear

“Innovar es una actividad de riesgo cuyo principal riesgo es no practicarla”

-Anónimo



El 2020 fue, sin duda, uno de los años más difíciles que tuvimos que enfrentar como humanidad. Sin embargo, también fue un año que marcó el final de una década llena de descubrimientos y revoluciones tecnológicas que han cambiado nuestra forma de comprender el cuerpo humano, nuestro planeta y nuestro lugar en el universo. Innovaciones que van desde el descubrimiento de herramientas que permiten la edición genética, la detección de las primeras ondas gravitacionales, el surgimiento de las redes sociales, hasta la evolución de la inteligencia artificial, son muestra de que el mundo avanza a un ritmo acelerado.


No obstante, este ritmo parece estancarse cuando hablamos de educación. En la actualidad, la mayoría de colegios y universidades alrededor del mundo siguen replicando el modelo prusiano introducido en 1763. Este sistema educativo no es muy lejano a la sombría representación que hacen Alan Parker y Roger Waters en la famosa película The Wall, donde el aprendizaje se reduce a un salón de clases con filas, contenidos estandarizados, relaciones verticales y ciclos repetitivos que poco nos preparan para proponer soluciones creativas y enfrentarnos a la vida real.


De modo que, si un viajero del tiempo nos visitara en este momento, se encontraría con grandes avances tecnológicos, científicos y culturales -que de seguro lo deslumbrarían- pero apenas alcanzaría a percibir el cambio entre el sistema educativo del siglo XVIII y el del siglo XXI. A los ojos de este viajero, las aulas de clase estarían todavía lejos de seguirle los pasos a un periodo que, en otros aspectos, es el reflejo de la imaginación, interconexión y resiliencia de la humanidad. La conclusión natural de este viajero sería que en esta década que termina con el 2020, el mundo ha avanzado mucho pero la educación muy poco.


Ante este panorama es importante preguntarnos ¿cómo queremos innovar si nos educan para imitar modelos tradicionales? En nuestra experiencia universitaria nos hemos dado cuenta que el sistema de aprendizaje en el que nos formamos se rehusaba a aceptar que la creatividad, la experimentación y la cooperación son terrenos válidos, fértiles y deseables para aprender. Evidencia de lo anterior es que hace un tiempo, cuando aún no confiábamos en nuestra capacidad de innovar por ser estudiantes, sentimos la necesidad expandir nuestra experiencia de aprendizaje, adentrándonos en el mundo de la consultoría. Esta decisión cambió por completo nuestra mentalidad. En el proceso nos dimos cuenta de que, más que aprender sobre temas de innovación, habíamos decidido innovar en nuestra educación. Nos retamos a combinar los libros, las audiencias, los laboratorios y las clases magistrales con espacios destinados a experimentar de la mano con personas que nos inspiran.

Al trabajar con el equipo de Channge nos hemos atrevido a aprender en ambientes creativos que no son tan comunes en la experiencia universitaria. Descubrimos que aprender haciendo, son dos verbos que van juntos y tienen el potencial de estimular nuestra imaginación y autonomía, al tiempo que nos ayudan a derribar, de a poco, estos ladrillos rígidos, aburridos y estandarizados que conforman el muro de la educación tradicional. Con esto no queremos menospreciar el progreso que se ha hecho en algunas áreas del sistema educativo, solamente queremos apuntar que, como muchas otras personas, en el ejercicio académico nos hemos tenido que cruzar con este muro que nos mantiene en una zona de confort. Para nosotras derribar este muro, es precisamente un llamado a inconformarnos, retarnos y sobre todo, arriesgarnos a proponer e innovar.

En este camino hemos aprendido a tener confianza en nosotras mismas, valorando nuestra autenticidad, reforzando aspectos que podemos mejorar y compartiendo con personas que nos brindan diferentes perspectivas. Para nosotras, la experiencia que hemos adquirido en innovación es muy valiosa y se configura como un gran complemento a nuestra formación universitaria. En la universidad nos enfocamos en ser metódicas y fuertes conceptualmente, pero no a comunicarnos efectivamente, a definir un problema o aterrizar las ideas maravillosas que tenemos para hacerlas realidad. El proceso que hemos vivido en Channge nos ha brindado las herramientas para comprender que el aprendizaje presupone una naturaleza social y creativa que se funda en la voluntad de escuchar, intercambiar ideas y corresponder con nuestro entorno. Con estas breves reflexiones les invitamos a cuestionar la estabilidad de este muro que nos educa para replicar conocimiento, al tiempo que les animamos a derribar esos ladrillos que nos separan de nuestra capacidad de innovar, proponer y transformar el mundo.



Vivian Gabriela Gómez Bonilla y Ana María Barón Sánchez

Integrantes de la comunidad de Channge


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